Maria Mejía
Muchos la conocen y la admiran,
ella es tal vez...el referente más importante para muchos; Siempre tiene la
actitud para enfrentar la vida de manera positiva, lleva muchos años en esta
batalla por la vida, pero su historia es una historia de luchas constantes, no
solo por su pronto diagnostico del VIH, sino también por todo lo que tuvo que
vivir desde muy niña, muchos hechos de violencia familiar marcaron su vida, ella
vivía entre las peleas de sus padres y los abusos, fue abusada sexualmente a la
edad de 3 años, para luego sufrir constantes abusos de gente que ella sentía
que debían protegerla, y que muy por el contrario… hicieron de ella una persona
que quería huir, huir y nunca jamás volver…
Corre Maria... Corre..
Cuando apenas tenía 7 años, perdió a su hermana Yolanda, la
cual fue asesinada brutalmente, ese hecho sumado a otros mas traumáticos la
marcaron fuertemente; María solo espero cumplir 13 años para fugar de casa,
tantos hechos de violencia y dolor solo podían
ocasionar que una niña que solo necesita amor y tranquilidad, busquen
refugio en un lugar muy lejano a las personas que la lastiman… Un lugar muy
lejos de casa.
María se refugió en una pandilla
cuando cumplió 14 años, a esa edad sentía que debía disfrazar su feminidad, esa
que para ella había sido culpable de tantos abusos, detestar ser mujer,
detestar empezar a crecer y sentirse bella, porque eso sería ser vulnerable a
mas abusos ¡NO! María no iba a sentirse débil una vez más… Sin embargo María
hallo en esa pandilla una familia, era una pandilla muy peligrosa de la cual
María era una miembro más, el líder de la pandilla se había enamorado de ella,
había logrado hallar la mujer entre la ropa de marimacho según palabras explicitas
de ella, pero lo que ella no sabía es que el estaba experimentando con drogas
indovenosas, y que ella estaba siendo infectada del VIH a la edad de 16 años,
una vez más el hombre en el que ella había confiado le estaba entregando el
pasaporte a la muerte.
Los siguientes años son narrados
por María de la siguiente manera:
Inconsciente de mi infección, continúe con mi ola de odio
hacia mí misma, sobreviviendo lo mejor que podía mientras tenia episodios de
depresión y pensamientos suicidas. A la edad de diecisiete años, nadie en el
sistema de crianza fue capaz de manejarme. Fui devuelta a casa de mi madre, un
lugar que yo había evitado deliberadamente durante muchos años. "No tenía
más opciones, nadie me quería”. Mi madre tenía miedo de dejarme volver a su
casa (ya mi padre no estaba ahí). Ella tenía miedo de la persona que me había
convertido y que iba a ser una mala influencia para mi hermano menor, Alex…recuerdo
escuchar la conversación en la puerta entre mi madre y los policías que me
acompañaron a mi casa. Refiriéndose a cuando me convirtiese legalmente en adulto, uno de los oficiales
dijo: "Bótala para la mierda" porque no SIRVE PARA NADA… las mismas palabras que usaba mi padre…
María había decidido cambiar su vida, ser un mejor ejemplo
para su hermano, ella era un ser humano, y quería encontrar un rumbo, un norte,
Se unió a Jobs Corps, como una esperanza para salir de ese agujero en el que se
había metido, viajo a Kentucky emocionada.. Iba a estudiar y cambiar su vida,
se reintegraría a la sociedad y borraría todo episodio que le había tocado
vivir por culpa de esa falta atención, afecto y amor que padeció… Solo recordar
las caricias de su madre cuando era pequeña, la lograban darle impulso para
continuar con su cambio, la esperanza de volver a ser una niña y acostarse en
su regazo.
Como en casi todos nuestros casos, la vida le jugaría una
mala pasada a María, ahora que escribo esta pequeña reseña de la vida de María,
me siento tan vulnerable como Madre, pienso y pido a Dios que me dé la
oportunidad de estar atenta a todos los peligros que rodean a mi hija, para
poder protegerla de ellos…
Durante su ingreso a Jobs Corps, María fue sometida a
análisis de rutina, sin tener en cuenta que era portadora, se despreocupo de
los resultados, y cuando fue a visitar la clínica por otros motivos, se
encontró con un medico arisco, tosco e ignorante, que sin medir consecuencias,
consecuencias en una personita de 17 años, con esperanza de cambio y de rehacer
su vida que estaba hecha pedazos, le dice: USTED - TIENE - SIDA.
Es conocido para todos nosotros los portadores lo que hemos
sentido cuando nos han dicho esas palabras… Usted que es una persona que no
vive con este virus, no tiene la más mínima idea de lo terrorífico que puede
ser escucharlas, peor aún, cuando son dichas con hostilidad como se las dijeron
a María.
A esa chica de 17 años, simplemente el mundo se le desdibujo,
el futuro también se le arrebato, no solo la niñez, para ella se le quitaba la
posibilidad de ser profesional, casarse, tener hijos, simplemente se le quitaba
la posibilidad de vivir…
María regreso a casa, con
su madre, su madre que nunca utilizo cloro para desinfectar su casa, ni los
utensilios que María usaba, era el año 91, cuando había la más completa
ignorancia sobre este virus, cuando tener VIH era sinónimo de ser homosexual,
drogadicto o prostituta, su madre jamás la juzgo, al contrario María cuido y
acompaño a sus abuelos cuando ellos mas necesitaban amor y ella también… ese
simple hecho la renovó, le hizo olvidar sus depresiones…
María Mejía, es una gran activista, ella da la cara para que
muchos se identifiquen con ella, el aporte de María es muy valioso, es una gran
activista de la lucha contra el sida, y también es católica y muy creyente, y
mucha gente valora el gran aporte que ella hace, pero también se ríe de la
gente que se le acerca y le dice que opaca su gran labor con su orientación
sexual, la gente es tan hipócrita…
María
es muy feliz al lado de su compañera Lisa, con quien
convive y es muy feliz, ha encontrado el amor y el respeto a su lado,
voluntaria
de la Cruz Roja Americana como entrenadora del VIH/Sida, en el
Miami-Dade
County Health Department, y el Hospital Jackson Memorial, de la
Universidad de
Miami dando clases educacionales ,se ha desempeñado como educadora
proporcionando difusión, formación, educación, y las pruebas para el VIH
a
miles de personas, trabaja con el Laboratorio Glead dando clases a
pacientes
que empiezan en terapia de medicina, es oradora publica en escuelas ,
universidades
y conferencias.. Además de apoyar a mis comunidades del sur de la
Florida…
María usa las redes sociales para ayudar
con los conceptos erróneos relacionados con las vías de transmisión del
virus,
así como combatir la ignorancia, el odio y la intolerancia el estigma
mostrando su CARA en todas partes. También tiene innumerables videos de
ayuda en Youtube… ¡Ella es María Mejía!
Miles de kilómetros.
Mónica es una mujer muy atractiva, de buena vibra, tiene
esas sonrisas que nunca olvidas… muy franca.
Cuando la conocí, fue por esas cosas del destino, teníamos
un amigo en común, un tipo bipolar que nos complicaba con su forma de ser, un día era un encanto y al día
siguiente era un bicho hermético, arisco y poco amable.
Mónica era amigable, tenía poco tiempo de haber recibido su
diagnostico, cuando su hermana le dio la noticia, ella no podía creerlo: SIDA
¿YO? No, eso no puede ser, eso es para malvivientes, drogadictos, gente pobre,
no para alguien como yo, pensó.
Ella había estado enferma un mes, por eso le pidió a su
hermana que le hiciese esos análisis, sin pensar en lo que pasaría… su mundo se
caía a pedazos.
Ella vivía en una familia muy conservadora, ¿cómo le
explicaría al resto de su familia?
Cuando le explicaron que faltaban algunos análisis
complementarios para confirmar si ella tenía realmente VIH, ella rogo que sean
de algún desafortunado mortal… del que sea…menos de ella…
Pero la verdad era inminente… Por más que ella se negara a
creerlo, como muchos… Ella era portadora, Mónica describe esos momentos con
estas palabras:
“Parecía como si, de repente volviera a ser una niñita
despertando asustada por los mounstruos de sus pesadillas, con la diferencia de
que ahora “el moustruo” habitaba dentro de mí.
Ahí estaba….amenazante, adueñándose de mi cuerpo y de mi mente, como el
más inesperado y aterrador de los visitantes”
Para Mónica se le había acabado la vida, en ese momento se
le estaba dictando la sentencia de muerte… una muerte llena de vergüenza…
Porque tengo que tener Vih yo… porque... Se repetía con una tristeza que le
perforaba el corazón…
Hablaba con su hermana, la cual se había convertido en su
confidente, era la única persona con la que podía hablar, llorar…
De pronto, decidió buscar ayuda, no iba a dejarse morir,
necesitaba información, conocer otras personas como ella, saber que no era la
única en el mundo.
Mónica busco ayuda en asociaciones, más que nada
información, era lo que necesitaba urgentemente, un aliento de vida, una señal
que le diga que no iba a morir mañana, que no había recibido una sentencia de
muerte… hizo muchos amigos en la red, mucha gente que le enseño que si se podía
vivir con VIh, que había una diferencia entre tener VIH y tener Sida, y poco a
poco fue llenándose de esperanza y fé.
Un día cuando ella se hallaba en México, lugar hasta donde
fue a conocer amigos que vivían con VIh, solo para reconocerse entre ellos,
porque quería saber cómo lo asumían otras personas con su enfermedad, entrando
al chat en su hotel conoció a Miguel… un muchacho también seropositivo, guapísimo
que cambio su vida… que llego en el momento justo y exacto, cuando ella mas
necesitaba información, protección y compañía.
Los primeros días hablaban de cd4, cargas virales,
infecciones oportunistas… poco a poco esas conversaciones iban tornándose más
cálidas…
No les bastaba estar amándose en una pantalla, frente a un
teclado, tenían que verse personalmente, saber si todos esos sentimientos eran
reales. Y se vieron… y puedo dar fe que Mónica y Miguel, son hechos de la misma
madera, alguna vez he pensado que Dios los creo y los dejo andar por el mundo
para luego juntarlos, son tal para cual… lindos los dos, buenos los dos.
Después de varios viajes… ella al país de Miguel… Miguel al
país de Mónica, decidieron estar juntos para siempre.
Todos sus amigos vivimos ese romance, la ansiedad del día
del viaje de Mónica, que tenía que vencer sus miedos, los reproches de su
familia, dejar su vida… para empezar una historia nueva… con su compañero,
alguien como ella… que entendía sus temores y sus miedos, y los transformaba en
alegrías.
Llego el día en que ella se fue… recuerdo que todos nos
preocupamos porque no se comunico cuando llego, todos esperábamos ansiosos que
nos cuente… a los pocos días nos escribieron…
Mónica y Miguel son muy felices… el amor logro vencer la
distancia y los miedos… supero el VIH para ser feliz
Mónica…todos queremos que seas muy feliz… Miguel… tienes a
una gran mujer a tu lado… Cuídala porque no solo es mi amiga… es una de las
mejores personas que conozco.
¡Que sean muy felices!
Marquitos.
Cuando
el médico me dijo que tenía sida (VHI positivo) mi madre estaba
conmigo; salimos a la calle y nos sentamos, flipados, en la puerta del
ambulatorio. Yo pensando: «cuándo esté solo me quito de en medio» y mi
madre a su vez diciéndome: «Marcos hay que seguir adelante». La apuesta
materna pudo más. Para Marcos Torres Chocho ha sido muy duro llegar
hasta aquí; salir de los pantanos de una mala vida que sortea desde los
catorce años. Vivir en el infierno define con acierto su existencia. Hoy
tiene 39 años y hace nueve conoce que sufre Sida: «Pienso que me
contagié en el Parque de Santa Catalina donde fui chapero para poder
comprar drogas aunque yo no supe que estaba enfermo hasta el año 2001.
¿Qué si habré contagiado a alguien?, no sé, la verdad…Todo era muy loco.
Las pensiones de la zona las visité mucho…».
Conozco pocas personas, diría que nadie tan joven, que haya vivido la vida tan al límite que ha vivido Marcos quien hoy decide contar su nada ejemplar trayectoria por la necesidad de vomitar, de estar limpio «de drogas y de recuerdos», reconoce. Marcos como tantos otros muchachos de su edad era un chico tranquilo, amante del fútbol, feliz con su bici y su familia hasta que junto con 14 amigos del barrio -de esa pandilla casi todos cayeron- inició una caída en picado que el sitúa en los 13 o 14 años en un popular callejón de su barrio, Las Torres, en uno de cuyos bloques se reunían para consumir, primero cannabis, más tarde pastillas, luego ácidos y finalmente cocaína, crack y heroína. «¿Recuerdas el boom de la heroína?, pues de esa época estamos hablando, en los años ochenta». No pierdan de vista que solo entre trece y catorce años. Un niño.
Además de sida Marcos lucha contra otra grave enfermedad oncológica que va superando poco a poco y que le ha convertido en una persona comprensiva e insegura, pero dispuesta a luchar para que «ni un pibe más se meta donde yo me metí». El alcohol le acompañó en mil noches de locura y hoy el hígado pide ayuda.
Impresiona su relato porque hablamos de un hombre de 39 años que a los 14 su subió atolondrado a un mundo que se lo ha tragado poco a poco y contra el que se rebela y, a su vez, alerta. Los datos respecto a los etapas de su loca carrera se atropellan para vamos a situar las fechas; Marcos se inició en las drogas con 14 años y en eso estuvo hasta ejercer la prostitución; cuando le llamaron para hacer el servicio militar acude enganchado y enganchado sale. Cuando termina regresa a Las Palmas desde Tenerife y se ve de nuevo la calle; otra vez recurre a la prostitución porque la adicción no perdona; un familiar también heroinómano le ayuda pero sabido es que para la malvada heroína todo es poco. Serios problemas de salud le aconsejan bajar el listón de su disparate y Marcos timonea su mala vida hasta que su salud se agrava y debe ingresar en un hospital. El hígado hace agua. Es partir de ahí cuando decide llevar una actividad más normalizada; lucha contra su adición hasta que ¡plas !, el Sida, toca en la puerta y con él una depresión que le desnorta la vida y le mete en una habitación durante dos años.
A todas estas no hemos dicho que las drogas ejercían en Marcos un efecto «milagroso»: a él, que siempre fue un muchacho tímido desde que estudiaba en el C.P. Extremadura, fumar heroína le ponía alas, se comía el mundo…
El muchacho de esta historia se define como un «pibe tranquilo buena gente» que si no fuera por la droga tendría su carrera, su vida, sus estudios y su salud intacta. «Pero aquella tarde de hace unos veinte años en el callejón del barrio se me torció la vida». Termina con palabras de cariño hacia su sobrino Alejandro de nueve años al que cada mañana lleva hasta el micro escolar. «Es el amor de mi vida y que nadie lo toque. Le hablo de los peligros de la vida, de lo mal que me ha ido y que debe tener cuidado con las cosas. Eso. Mucho cuidado».
Conozco pocas personas, diría que nadie tan joven, que haya vivido la vida tan al límite que ha vivido Marcos quien hoy decide contar su nada ejemplar trayectoria por la necesidad de vomitar, de estar limpio «de drogas y de recuerdos», reconoce. Marcos como tantos otros muchachos de su edad era un chico tranquilo, amante del fútbol, feliz con su bici y su familia hasta que junto con 14 amigos del barrio -de esa pandilla casi todos cayeron- inició una caída en picado que el sitúa en los 13 o 14 años en un popular callejón de su barrio, Las Torres, en uno de cuyos bloques se reunían para consumir, primero cannabis, más tarde pastillas, luego ácidos y finalmente cocaína, crack y heroína. «¿Recuerdas el boom de la heroína?, pues de esa época estamos hablando, en los años ochenta». No pierdan de vista que solo entre trece y catorce años. Un niño.
Prostitución callejera. Marcos recuerda «aquella tarde
maldita», es decir el día que uno de sus colegas de «fumada» le invitó a
probar heroína como la desgracia de su vida. Esa tarde la vorágine de
drogas - «recuerdo como si lo viera la gota de heroína consumiéndose en
la platina…»- llevó a Marcos a una andadura trágica y solitaria a lo
largo de nada menos que quince años; desde ejercer la prostitución
callejera «para buscarme la vida y comprar la dosis diarias» a entrar en
una extraña sociedad con tres prostitutas colombianas en Las Palmas que
le pagaban 30 euros por servicio. «Ellas ponían la casa y yo contactaba
con mis clientes con el móvil. Puse hasta un anuncio en las páginas de
contactos ofreciendo los servicios y aquello funcionó pero desde que los
clientes me pagaban salía a comprar heroína y otra vez al rollo…fueron
unos años tan duros, tan duros que a veces no entiendo cómo estoy vivo,
no lo entiendo…». Lo está y poco a poco sacando la cabeza. A su favor
hay que decir que Marcos jamás ha estado en la cárcel, jamás ha robado y
jamás ha metido en líos a nadie: «El único que se metía era yo que me
estaba matando. Cuando me llamaron al cuartel fui enganchado y mis
padres no sabían nada. Mis hermanos me llevaban «algo» y así iba
tirando, pero fue lo peor de lo peor…».
Además de sida Marcos lucha contra otra grave enfermedad oncológica que va superando poco a poco y que le ha convertido en una persona comprensiva e insegura, pero dispuesta a luchar para que «ni un pibe más se meta donde yo me metí». El alcohol le acompañó en mil noches de locura y hoy el hígado pide ayuda.
Impresiona su relato porque hablamos de un hombre de 39 años que a los 14 su subió atolondrado a un mundo que se lo ha tragado poco a poco y contra el que se rebela y, a su vez, alerta. Los datos respecto a los etapas de su loca carrera se atropellan para vamos a situar las fechas; Marcos se inició en las drogas con 14 años y en eso estuvo hasta ejercer la prostitución; cuando le llamaron para hacer el servicio militar acude enganchado y enganchado sale. Cuando termina regresa a Las Palmas desde Tenerife y se ve de nuevo la calle; otra vez recurre a la prostitución porque la adicción no perdona; un familiar también heroinómano le ayuda pero sabido es que para la malvada heroína todo es poco. Serios problemas de salud le aconsejan bajar el listón de su disparate y Marcos timonea su mala vida hasta que su salud se agrava y debe ingresar en un hospital. El hígado hace agua. Es partir de ahí cuando decide llevar una actividad más normalizada; lucha contra su adición hasta que ¡plas !, el Sida, toca en la puerta y con él una depresión que le desnorta la vida y le mete en una habitación durante dos años.
A todas estas no hemos dicho que las drogas ejercían en Marcos un efecto «milagroso»: a él, que siempre fue un muchacho tímido desde que estudiaba en el C.P. Extremadura, fumar heroína le ponía alas, se comía el mundo…
Tras dos años limpios "me cae el sida". «Mi vida ha
sido un infierno. La puta droga nos acechaba a todos: pertenezco a una
generación que se metió en lo peor sin saber qué era, jugando, de
noveleros y mira… Así fuimos cayendo como moscas. En mi barrio de Las
Torres la droga en los años ochenta era un pasada. Había en cada
esquina. Nosotros, mis amigos y tal, nunca pensamos que los hermanos
mayores o los amigos de más edad se iban a meter en esa mierda y resulta
que algunos acabaron hasta vendiendo…A mí me ha pasado de todo en estos
quince años y aquí me tienes tratando de que el cáncer que también
tengo porque he fumado de todo, me permita vivir decentemente. A veces
pienso que me muero y me asusto pero otras, me pregunto si eso no sería
lo mejor... No sé. Mi madre, mi padre y mis hermanos no se merecen eso,
digo luego. Han estado conmigo, con mis malos rollos y mis buenos rollos
siempre y ahora tengo que estar con ellos». Mira, cuando yo dejé la
droga, que lo hice «a pulso» en mi casa, fue un infierno. Los médicos me
mandaban pastillas y…¡uf!. No quería salir a la calle por no pasar por
los bloques donde sabía que estaban los de la pandilla y a lo mejor caía
otra vez. Qué va, qué va. Mis padres me han ayudado un montón porque me
pagaron hasta un psiquiatra privado por eso cuando pienso en aquella
época, es que me da hasta frío. ¿Quién me iba a decir a mí que después
de estar «limpio» un fleje de años un análisis rutinario me iba a decir
que tenía Sida…?, eso es fuerte, ¿no?. Dos años después de dejar la
mierda/droga me cae este marrón del sida…». Marcos ha vivido tanto la
calle durante una época en la que esta ciudad era un hervidero de locas
carreras que es capaz de dar detalles no solo de quienes vendían sino de
quienes eran sus clientes más generosos y exigentes.
El muchacho de esta historia se define como un «pibe tranquilo buena gente» que si no fuera por la droga tendría su carrera, su vida, sus estudios y su salud intacta. «Pero aquella tarde de hace unos veinte años en el callejón del barrio se me torció la vida». Termina con palabras de cariño hacia su sobrino Alejandro de nueve años al que cada mañana lleva hasta el micro escolar. «Es el amor de mi vida y que nadie lo toque. Le hablo de los peligros de la vida, de lo mal que me ha ido y que debe tener cuidado con las cosas. Eso. Mucho cuidado».
Hoy ayuda a otros enfermos. Rita Almeida, Presidenta
de Amigos Contra el Sida conoce bien a Marcos de manera que un día le
repescó para qué las horas muertas de su enfermedad las empleara en
ayudar a los afectados de forma que el bueno de Marcos cada día le
dedica cinco horas a esa ONG que cuenta con muchas simpatías, pocas
ayudas y mucho trabajo. Marcos estos días está feliz porque le han
aprobado una pensión de por vida en base a su estado de salud. El conoce
la organización desde hace nueve años y la cuida como algo suya: Pide
que hagamos público el teléfono de Amigos Contra el Sida (928 23 00 85)
porque «un teléfono y una mano tendida, siempre ayuda. A mí me ayudó un
montón». Marcos fue primero, usuario, luego socio y ahora ostenta un
cargo directivo.
Lo que la ciudad esconde. Cada uno de los episodios
que cuenta Marcos lo acredita con documentos. Desde adolescente ha
vivido en el filo la navaja; lo que relata es tan duro que si un
guionista se pone a tiro, ahí tiene una gran historia de marginalidad.
Mi amigo Marcos es producto de una adolescencia ignorante, una juventud
loca, de pandilleros de barrio a quienes finalmente la vida misma le ha
parado las patas. Menudo y valiente. Una mañana de estas se vació
contando su vida que espero –esperamos los dos- sirva para que otros
muchachos no sigan su camino. La ciudad esconde muchas historias y
algunas conocemos pero la vida de Marcos, su trajín y el saldo final
impresiona e invita a la reflexión.